Y así andaré alrededor de tu altar

«Lavaré en inocencia mis manos, y así andaré alrededor de Tu altar, oh Jehová, haciendo resonar mi voz de acción de gracias, y proclamando todas Tus maravillas». La necesidad de la fuente
Todas las veces que los sacerdotes desempeñaban su servicio alrededor del altar o acudían al tabernáculo de reunión para llevar a cabo sus obligaciones, lo primero que tenían que hacer era lavarse las manos y los pies con el agua de la fuente (Éx. 30:17-21). Si no lo hacían, podían morir. Así de grande era la santidad del Señor. Otra instrucción que se les daba era que tenían que entrar sobrios en el tabernáculo de reunión. Tampoco podían ofrecer un fuego profano delante del Señor (Lv. 10). La primera vez que se menciona en las Escrituras el lavamiento de manos es en Deuteronomio 21:1-9, pasaje que trata con un homicidio irresuelto cometido por un desconocido. Los ancianos de la ciudad más cercana a la víctima tenían que lavarse las manos que levantaban sobre la cabeza del animal a punto de ser sacrificado, y de esta manera afirmaban su inocencia de la sangre derramada. Además del salmo 26, encontramos esta expresión en el salmo 73, versículo 13, donde todo ello tiene un significado puramente simbólico: «He lavado mis manos en inocencia». Claro que el salmo 26 nos recuerda, antes que nada, a la fuente y al altar de la ofrenda quemada situados en el patio exterior de la casa de Dios. En realidad, a nosotros, como creyentes del Nuevo Testamento, se nos aplica este significado simbólico de los tipos, ya que hemos sido lavados por la sangre del Cordero pero sin embargo necesitamos purificarnos las manos y los pies (nuestro camino) con el lavamiento del agua por la palabra de Dios (Ef. 5:26). Solo de este modo podremos acercarnos a Dios con integridad y llevar a cabo nuestro servicio ante el altar, es decir, ofrecer a Dios nuestros sacrificios de alabanza y acción de gracias a través de Cristo, y acto seguido podremos entrar en el santuario celestial como los sacerdotes que sirven allí en presencia de nuestro Dios y Padre (He. 10:19-22; 13:15). Andando alrededor del altar
Una vez que la persona había traído el animal y lo había sacrificado, los sacerdotes, los hijos de Aarón, tenían que coger la sangre y rociarla alrededor del altar. Cuando ardía el sacrificio de ofrenda quemada, habían de disponerse sus partes sobre la leña encendida encima del altar (ver por ejemplo Lv. cap. 1), y cuando los sacerdotes realizaban estos actos iban moviéndose alrededor de él. Yo supongo que el salmo 26 habla de que el sacrificio debía arder hasta conseguir elevar todo su humo mientras el sacerdote y la persona que ofrendaba admiraban la escena desde todos los lados y cantaban las alabanzas de Dios. Después de todo, la aceptación de la persona que presentaba el sacrificio dependía de si este se consumía completamente y no quedaba de él más que las cenizas. Cuando nosotros recordamos la obra y la Persona de nuestro Salvador como adoradores lo hacemos andando alrededor del altar en un sentido figurado. Miramos a Su obra redentora desde diferentes puntos de vista y Le adoramos y glorificamos igual que a nuestro Padre Dios. (1) Nuestros pasos alrededor del altar comienzan en su lado norte, que era el lugar donde se mataba a los animales para el sacrificio (Lv. 1:11). En muchos sitios de la Biblia vemos que el norte guarda relación con el juicio y la cólera (pensemos en los asirios como la vara de la cólera de Dios, y en el rey del norte en el libro de Daniel). Por todo ello, este lado del altar nos recuerda el juicio que merecíamos y que sin embargo fue llevado por Cristo en nuestro lugar. Él murió por nosotros a fin de que la cólera de un Dios santo y justo se alejara de nosotros definitivamente. Dios castiga el pecado solo una vez. Cristo es el Cordero sacrificado por nuestros pecados. Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras (1ª Co. 15:3). (2) Desde el lado norte seguimos moviéndonos hacia el lado oriental del altar, donde se apilaban las cenizas que había que manejar con cuidado (Lv. 1:16; 6:10-11). Esto nos hace recordar el hecho de que el cuerpo de Jesús fue bajado con cuidado de la cruz y que José de Arimatea y Nicodemo enterraron (Jn. 19:38-42). El lado oriental, cercano a la entrada del tabernáculo, estaba también orientado a la salida del sol (Nm. 2:3; 3:38), lo que nos habla de la resurrección de Cristo de los muertos y, en un sentido profético, de Su manifestación en gloria. Amanecerá el día en que el Sol de Justicia se alzará (Mal. 4:2). La gloria del Señor volverá de nuevo cruzando la puerta orientada al este (Ez. 43:4). La inhumación y la resurrección tienen una estrecha relación entre sí, y son la lección que nos enseña el lado oriental del altar. Cristo fue enterrado y resucitó el tercer día conforme a las Escrituras (1ª Co. 15:4). (3) A continuación viene el lado del sur, un lugar bendecido como resultado de la obra consumada de la redención. Isaac habitaba en el sur, donde se hallaba bajo la bendición de Dios (Gn. 24:62; 25:11). Como cristianos hemos sido bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales (Ef. 1:3). Sin embargo, desde un punto de vista práctico, necesitamos tanto el frío viento de la tentación del norte como el cálido viento de la prosperidad del sur en nuestras vidas para ser capaces de llevar fruto para Dios y desprender el aroma de especias fragantes (Cnt. 4:16). (4) Los pasos alrededor del altar terminan en el lado occidental, donde el sol se pone. El salmo 72 hace algunas referencias al respecto. El Príncipe de Paz será honrado «mientras dure el sol» (v. 5). Desde una perspectiva profética, el crepúsculo del oeste nos habla del final del reino de paz, del momento en que Cristo entregará el Reino a Dios el Padre (cp. 1ª Co. 15:24). Asimismo, «los reyes de Tarsis y de las costas» acudirán a ofrecer presentes (v. 10). Estas naciones son las del oeste (ver Gn. 10:4-5), que junto al resto de naciones que se habrán salvado en el tiempo del fin subirán a Jerusalén para adorar al Príncipe de Paz (Zac. 14:16-17). Todo esto nos muestra hasta dónde llegan las consecuencias que ha tenido la obra de la cruz en el Calvario – la bendición se extenderá a todos los confines de la tierra, a todas las naciones y hasta un futuro más distante (cp. también Sal. 22:28 y ss.). De pie en el lado occidental del altar tenemos buenas razones para estallar en himnos de alabanza y anunciar todos los milagros de Dios.

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