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Available from http://www.jamesalison.co.uk/pdf/cas19.pdf Más allá de la teoría: desatando los nudos de la Redención
Esta charla corresponde al capítulo 2 de On Being Liked y es el primer capítulo del tríptico de ensayos sobre la redención que se encuentra en aquel libro.
Introducción

De Alejandro Magno se dice que resolvió el problema del nudo gordiano con la
espada1. Sencillamente lo cortó de modo que ya no estaba allí para provocarle
perplejidad a la gente. Cualquiera de nosotros podría hacer lo mismo con las teorías
de la redención al hacer la observación sencilla y verdadera, aunque sorprendente que,
mientras es asunto de fe el que Cristo haya obrado nuestra salvación, no existe una
comprensión fija de cómo lo produjo. Ha habido muchos intentos de describir el
‘cómo’, pero ninguno jamás ha gozado del estatus de ortodoxia inmutable. El intento
que nos es más conocido remonta sólo a Anselmo, dejando así muchos siglos durante
los cuales hasta la iglesia occidental sobrevivió bastante bien sin ello. Me gustaría
sugerir que ésta nuestra incapacidad para proponer una relación magisterial o
mayestática de cómo hemos sido salvados es algo bueno, pero al mismo tiempo no
quiero echarle mano a la solución de Alejandro Magno. Por prodigioso que pareciera
hacer desaparecer el problema al negar su existencia, me gustaría sugerir algo
diferente. Puesto que cualquier ideación nuestra acerca de lo que resultaría ser nuestra
salvación depende de nuestra comprensión de cómo se obró, el acto sencillo de negar
que exista una comprensión fija de cómo Cristo obró nuestra salvación nos deja a la
merced de la historia subyacente más común, en el plano fondo de nuestra mente. Esta
historia subyacente llega así a manejar la empresa de enseñarnos a imaginar en lo cual
nos creemos envueltos, sin jamás recibir el debido crédito, o la debida investigación,
o la debida crítica.
De modo que me gustaría intentar con Uds. una exhumación del cadáver de lo que me
parece ser la típica comprensión occidental subyacente de la salvación, no para
elevarla a los altares sino para sepultarla más completamente. Y lo voy a hacer
pellizcando algunas de las maneras en las cuales ha llegado a acoplarse con casi toda
dimensión de nuestra fe, y con un poco de suerte, desatando alguno que otro nudo
como parte del proceso por el cual aprendemos a contar una historia nueva, y algo
menos peligrosa, espero, de nuestra salvación.
Ahora déjenme por favor indicar lo que no voy a hacer. No estoy al punto de
ofrecerles un estudio serio de lo que verdaderamente quiso decir San Anselmo en su
Cur Deus Homo?, algo que muy bien puede ser que haya sido algo bastante diferente
de lo que llegó a ser el modelo de la teoría de la redención sustitutiva. Menos aún voy
a estudiar el estrechamiento que realizaron Lutero y Calvino con lo que habían
recibido hasta forjar una teoría sustitutiva penal de la redención, como tampoco voy a
1 Quisiera agradecerle a Gabriel Ernesto Andrade de Maracaibo, Venezuela su valiosa ayuda en la revision de mi traducción al castellano de esta ponencia. Los errores que quedan son, por supuesto, los míos. examinar las teorías pos-tridentinas del sacrificio de la misa, teorías éstas que tal vez jugaron el mismo papel en el catolicismo que las de los reformadores en el protestantismo. Lo que me interesa es precisamente no la investigación académica acerca de lo que verdaderamente quisieron decir estos autores, sino la tarea mucho más contemporánea de hacer que aquella música de fondo llegue escucharse en toda su fuerza, para que su naturaleza casi de parodia se nos haga audible. Es un hecho de no poco interés el que ahora podamos detectar casi instintivamente que algo hay muy desafinado con esta melodía. Pues bien, después de haber participado en la parodia ritual del objeto exhumado, propongo decir: no basta el reírnos. De esta pila muerta fluyen ácidos que corroen casi todo aspecto de cómo vivimos nuestra fe. ¿Será que no podemos conseguir una pila nueva y viva, una melodía de fondo más eficaz y menos peligrosa para que la solfeemos por debajo de, y en medio de, nuestro emprendimiento de fe? Al mismo tiempo, como ven, estoy lanzando mi candidatura para el premio de la metáfora mixta más confusa del año. Pues bien, a la melodía de fondo. Corre algo así: Dios creó el universo, la humanidad inclusa, y era bueno. Luego, de alguna u otra forma “cayó” la humanidad. Esta caída fue un pecado contra la infinita bondad, misericordia y justicia de Dios, afectando así el orden de la creación. De modo que había un problema. Los humanos no podían, por su propia fuerza, restaurar el orden que habían desordenado, ni mucho menos compensar el hecho de haber deshonrado la infinita bondad divina. No hay compensación finita que sea capaz de reparar una ofensa que tiene consecuencias infinitas, y Dios estaría obrando dentro de sus derechos al destruir toda la humanidad. Pero Dios era misericordioso, y no tan sólo justo, de modo que se puso a preguntar qué podría hacer para resolver el lío. ¿Podría sencillamente pasarlo por alto, en su misericordia infinita? Tal vez hubiese querido actuar así, pero había también aquello de su justicia y honor infinitos de por medio, de modo que sólo una compensación infinita bastaría. Esta no la podían realizar los humanos, pero Dios sí. El problema era que el pago tenía que ser del lado humano, pues si no, no sería una verdadera satisfacción por el ultraje de que se trataba. Fue así que topó Dios con la idea de enviar a su Hijo al mundo como ser humano, para que su Hijo pudiera pagar el precio como ser humano, y tal pagamiento, como también el Hijo era divino, sería infinito, y así efectuaría la necesaria satisfacción. De modo que todo el triste cuento podría llegar a una conclusión conveniente: aquellos humanos que estaban de acuerdo en cubrir sus pecados al aferrarse se a, o cubrirse por, la preciosa sangre del Salvador a quien el Padre había sacrificado a sí mismo, a éstos se les salvaría de sus pecados y se les daría el Espíritu Santo por cuya fuerza podrían llegar a comportarse según el orden original de la creación. De este modo, al morirse, por lo menos podrían heredar el cielo, lo cual había sido el plano original de todas las formas, hasta que la caída lo estorbara. Como dicen: me paren si ya lo han oído antes… Ahora bien, antes de comenzar a desatar algunos de los nudos que esta teoría nos hereda, me gustaría subrayar algo muy importante: aquí no pretendo examinar los textos de la escritura sagrada. Lo doy por sentado que es perfectamente posible encontrar una justificación en la escritura para cada elemento de la antigua historia, y que si llegamos a la sagrada página con las lentes formadas por esta melodía, de
hecho la leeremos a su luz y concluiremos que es la verdadera historia basada en la
escritura.
Sin embargo, esto es un problema con nuestra lectura de la historia y las lentes que le
traemos. Quiero sugerir que imaginemos que hemos recibido en herencia una caja de
Lego con una etiqueta que dice “puente”, y un puente de lego bien elaborado dentro.
No tenemos la tapa de la caja, de modo que no tenemos una imagen a la que se supone
que debiera parecerse el puente. Tan sólo tenemos el puente y el conocimiento de que
de los pedazos se debe poder construir un puente. Naturalmente nos convencemos
que, por mucho que despedacemos el puente, si en verdad vamos a recomponerlo de
forma correcta, saldrá como el puente que ya conocemos desde hace mucho. Quiero
sugerir que las citas escriturísticas acerca de un rescate, acerca de “haciendo de él el
pecado que no conocía pecado” etc. son todos ellos pedazos de lego perfectamente
buenos, y que sea como sea el puente que terminemos por construir, incluirá todos
estos pedazos. Sin embargo, no tiene que construirse de la misma forma en la cual nos
hemos acostumbrado a construirla. El hecho de que no tengamos una imagen de tapa
no es para que sigamos imponiendo la misma relación entre los pedacitos de Lego.
Más bien, al no imponernos una relación fija nos anima a que imaginemos diferentes
maneras según las cuales podrían juntarse los pedacitos para que salga un puente
mejor, puesto que el mismo aprendizaje de imaginarla de nuevo es de por sí una parte
sustancial del juego de construir el puente.
Pues bien, hasta aquí la introducción. Pasemos a algunos de los nudos.
1. El problema de la teoría

El primer punto que me gustaría tocar es que es un problema central de toda teoría de
la redención, sea lo que sea su contenido, su naturaleza de teoría. Por esto quiero decir
que el mero hecho de proponer una explicación de “cómo nos salvó Cristo” en una
historia bien formada, como aquella a la cual estamos acostumbrados, corre el peligro
grave, peligro probablemente desconocido por San Anselmo de que nos secuestre la
moderna necesidad de teoría. Lo que un amigo mío llama “la envidia de la física”.
Supongo que esto sea la necesidad de asegurarnos de la fórmula correcta antes de
ponerla en práctica, algo bastante importante en las obras de ingeniería, pero mucho
menos importante al montar una bicicleta. Esta necesidad viene vinculada al mundo
cartesiano de ideas claras y distintivas, basadas en la superioridad de la matemática
como la forma más verdadera de la verdad. Cualquier cosa más narrativa, siendo más
corporal y por eso más sujeta a las aventuras de la continua mudanza, es de alguna
manera menos satisfactoria, y con tendencia a ser una forma inferior de relatar la
verdad.
Pues bien, tan sólo hago la pregunta sobre qué nos dice esto del tipo de persona que se
supone que somos: personas que aprendemos primero en la cabeza, obtenemos
correctamente nuestra historia hermética, y luego este conocimiento mental poco a
poco pasará al corazón y a nuestros deseos, de modo que por la instrucción que da la
cabeza al corazón pondremos a la muerte nuestros antiguos deseos, y nos
esforzaremos por desear cosas nuevas de acuerdo con nuestra historia, y así
llegaremos a practicar el amor al prójimo como a nosotros mismos, lo cual significa,
hacer que quepan dentro de la historia hermética que hemos aprendido, de la misma
forma según la cual nos obligamos a caber nosotros mismos en ella.
Les sugiero que esto es sencillamente inaceptable como modelo de cómo los humanos
de hecho aprendemos cualquier cosa. Sugiero que es más razonable percibirnos a
nosotros mismos como cuerpos llamados a la existencia y al ser en medio del tiempo
por otros que nos son anteriores, cuerpos a quienes lo que nos es otro y exterior nos
enseña los gestos, el deseo, los sonidos. De esta forma llegamos como imitadores por
medio del tiempo a que seamos cuerpos humanizados y socializados. Es más: nuestra
capacidad para contar una historia es tremendamente avanzada e importante, una que
depende de otras personas. De la misma forma nuestra capacidad para que la historia
se nos modifique, sin dejar de ser nuestra historia, también viene por la interacción
con otras personas.
Pero esto significa que tiene que ser una parte de cualquier historia de salvación que
aprendemos a contar el que evite los peligros de sucumbir al hecho de ser
intelectualmente hermética anterior a la práctica. Es evidente que nadie aprende a
montar a bicicleta al dominar una teoría y luego al ponerla a la práctica. Aprendemos
a montar a bicicleta como niños chicos al imitar a alguien que ya lo puede hacer, al
comienzo con la ayuda de pequeñas ruedas estabilizadoras. Paulatinamente
aprendemos a mantener el equilibrio nosotros mismos hasta poder quitar las ruedas
estabilizadoras y proceder solitos. Pero aun así lo hacemos dentro de convenciones
flexibles públicas y aprendidas que nos preceden masivamente, llamadas “tránsito” y
“código de tránsito”. De modo que lo que me gustaría sugerir al asomarnos a cómo
funciona nuestra salvación, es que en primer lugar no estamos examinando teoría
alguna sino una inducción progresiva en una serie de prácticas, las cuales incluyen el
relacionarnos con el grupo en cuyo medio estamos recibiendo esta inducción de una
manera especial, e incluyen la práctica de aprender el uso de cierto lenguaje de cierta
manera.
Lo que quiero sugerir es que todo esto no acontece cuando dominamos la teoría, y es
por eso un acceso secundario o derivativo a la verdad de nuestra salvación, sino que
es de por sí el comienzo del descubrimiento de la verdad de nuestra salvación y de la
posibilidad de hablar de ella. Es el encontrarnos inducidos en las prácticas que nos
fornece con la capacidad de responder a la pregunta acerca de lo que significa el que
Cristo nos haya salvado. Dicho de otra manera, el proceso de encontrarnos a nosotros
mismos por medio de una narración y no por la matemática es la forma de acceso más
fidedigna a la verdad, y finalmente la única de la cual nuestra humanidad no puede
prescindir.
2. El problema con la percepción de Dios

Mi segundo problema con la teoría de la redención es con la percepción de Dios que
proyecta como normativa. Digo esto en dos sentidos, uno evidente, y otro menos
evidente. El sentido evidente es que involucra a Dios y a su Hijo en una especie de
sadomasoquismo consensual. Uno necesita del envilecimiento del otro para
satisfacerse, y el otro ama la voluntad cruel de su padre. U otra manera de decir lo
mismo, tal vez de forma menos provocadora: no hay manera de que la teoría funcione
sin algún elemento de retribución, lo cual presupone la venganza. Pues bien, me
pregunto si esto podría demostrarse, pero sospecho que a lo largo este elemento de
retribución imprescindible, defendido con garra por muchos de los de nuestra
profesión, ha hecho una mayor contribución al ateísmo entre la gente normal que
cualquier cantidad de escándalos clericales, y que si el ser un creyente significa creer
en esto, entonces es mejor encontrarse entre los no-creyentes. Es una recaída de parte
nuestra hacia una forma de teísmo idolátrico que es muy probable que un judío
piadoso de la época del pos-exilio consideraría como algo dejado atrás hace ya un
buen tiempo.
Sin embargo es el sentido menos evidente, según el cual la percepción de Dios que la
teoría propicia es un problema, que considero el más importante. Sugiero que lo que
hace la teoría es hacer imposible un proceso de revelación. La resurrección de Jesús
no reveló nada nuevo, sino que a duras penas realizó un negocio por cuyo medio
alguien que estaba distante y airado permaneció distante y airado, pero que creó una
excepción para los que contaron con la suerte de cubrirse con la sangre de su Hijo.
Antes Dios era huracán, y ahora Dios sigue siendo huracán, pero ahora Jesús ha
revelado que en el huracán hay un ojo, y mientras nos quedamos allí en el ojo, no se
nos destruirá. Sin embargo, quiero sugerir que no es el caso: la resurrección de Jesús
sí reveló algo nuevo – no nuevo para Dios, pero nuevo para nosotros. Jesús reveló que
Dios no tenía, y no tiene, nada que ver con la violencia o con la muerte, o con el
orden de este mundo. Estos últimos son nuestro problema, y enmascaran a nuestra
percepción de Dios, de leyes y orden y así por delante. De hecho, tanto nos amó Dios
que anhela que seamos libres de estas cosas para poder vivir para siempre con Dios y
el uno con el otro, comenzando a partir de ahora. Es más, la resurrección de Jesús nos
reveló esto, no como parte de un truco mágico, sino como el desarrollo de un
esclarecimiento progresivo de quién es Dios en la verdad, desarrollo este que había
emergido en la vida del pueblo judío durante siglos. En breve: somos los recipientes a
lo largo del tiempo de una extraordinaria buena noticia con respecto a quién es Dios,
con respecto a su falta de ambivalencia y de su no-involucramiento en la muerte y la
violencia, y esto afecta radicalmente toda nuestra comprensión del orden social. Pero
la teoría de la redención opera un atajo en la posibilidad de que nosotros lleguemos a
ser recipientes a lo largo del tiempo, cortocircuita el proceso del testimonio apostólico
y de la transmisión de la fe. En vez de un Dios cuyo proceso de revelación de sí
mismo es una parte de la manera en la cual nos ama se sustituye con una información
ex abrupto de un trato secreto cuyos términos debemos aprender para que no
desfallezcamos de sus condiciones.
3. El problema del pecado

Mi tercer problema con la teoría de la redención es lo que hace del pecado. También
tiene dos dimensiones. La primera es que, en la historia que les conté es el Pecado, y
no es Dios el que es el carácter principal. Es como si en una representación de La
Vida es Sueño
algunos de los soldados del séquito del rey Basilio usurpasen la obra,
estableciéndose a sí mismos, y no a Segismundo, a Clotilde y a Clarín como
protagonistas. Se puede ver el paralelo por el hecho de que una vez el pecado haya
entrado en la historia – o sea, en la caída – todos los otros participantes en el drama
quedan reducidos a quienes dancen alrededor de ello, preguntándose acerca de lo que pueden hacer al respecto de su fuerza bruta. Bueno, esto significa que el pecado es la fuerza motriz del relato. Todos los otros protagonistas son de alguna que otra manera reactivos. Y por supuesto, es el protagonista no-reactivo que es el auténtico dios en la historia, mientras que los otros, siendo reactivos, ninguno de ellos es dios. No creo que sea ninguna sorpresa que en un mundo formado por esta historia el mal llega a ser fascinante, mientras el bien se hace aburrido. Sin embargo, la segunda dimensión del problema con el pecado es más importante. Es que el relato como lo tenemos depende de que tengamos un acceso epistemológico independiente a lo que es el pecado, acceso que es anterior a e independiente de cualquier conocimiento de salvación. Es esto lo que postula el relato tal y como lo tenemos: primero hubo el pecado; de esto se precisaba ser salvado; de modo que se precisaba de una salvación que era por lo menos tan grande como el lío que necesitaba arreglarse; fue proporcionada tal salvación, de modo que fuimos salvados, fin de la historia. Sin embargo, y esto es de suma importancia, no tenemos tal acceso epistemológico independiente a lo que es el pecado. No es que hubiera una doctrina judía del pecado original antes del Cristo: no hubo tal doctrina. La doctrina del pecado original es una doctrina distintivamente cristiana, y, dejando a un lado observaciones chistosas que dicen que es la única doctrina cristiana que no necesita demostración, ¡Sí lo necesita! Es la doctrina que nos enseña que la condición humana está tan sólo accidentalmente, y no “naturalmente” transida de muerte. Y esta percepción del ser humano que no fue creado para la muerte ni necesita temer a la muerte nos fue legada estrictamente a la luz de la resurrección de Jesús. Pues fue la resurrección que nos reveló, por vez primera en forma definitiva, qué significa el que Dios nada tenga que ver con la muerte, y tampoco tenemos por qué tener que ver con ella nosotros mismos. Dicho de otro modo, el pecado es solamente y siempre un término secundario, dependiente de una comprensión de la salvación. O bien, en términos más bruscos, la definición del pecado es “aquello que puede quedar perdonado”. Hasta al nivel psicológico esto permanece verdadero. Cualquier apreciación no-abstracta del pecado es para nosotros siempre el resultado de algún momento “ajá”: “Ah, de modo que era esto lo que estaba haciendo, y ahora veo claramente que era un quedarme corto de lo que estoy llegando a ser, de forma que, adelante, me tengo que esforzar para nunca hacerlo más, y buscar deshacer el mal que causé.” Esto está vinculado con mi punto anterior sobre Dios. De la misma manera como la percepción de Dios forjada por el relato de redención hace que un proceso de revelación sea imposible, de la misma manera su retrato del pecado nos conduce a imaginar que tengamos un acceso anterior y objetivo a algo fuera de cualquier proceso del cual seríamos los recipientes, y luego nos deja con un perdón formal que no es parte de la suerte de ruptura de corazón, contrición o compunción que es lo que acontece cuando alguien pasa por el proceso de recibir un corazón mayor a manos de alguien que le ama y quiere que tengamos y que seamos mucho más de lo que generalmente estamos dispuestos a aceptar. Esto conduce a largo plazo, que significa que ya condujo, a mi cuarto problema con la teoría de la redención. 4. El problema de la moral
Es éste el problema de la interacción entre la teoría de la redención y la moral. Me
gustaría sugerir que uno de los efectos del habernos quedado subcutáneamente
hechizados por el relato que les conté a la vez reduce el cristianismo a la moral y hace
imposible la penitencia, con el resultado de que son otros los que deben cargar con el
peso de mi moralidad. Déjenme explicar. Si el problema fue que pecamos en algún
comienzo, cayendo así de algún orden perfecto, y que esta caída puso en marcha toda
la farándula por la cual alguien tuvo que venir y pagar el precio, luego una vez que
haya pagado el precio, en verdad la única cosa importante es que nos comportemos
ahora según el orden original creado y perfecto, pues si no lo hacemos, estamos
mostrando que no estamos agradecidos por haber sido salvados, de modo que no
estamos agradecidos por aquel sacrificio sangriento que fue realizado para nuestro
provecho. Por supuesto esto reduce la predicación del amor de Dios a la predicación
de un cierto chantaje emocional: “Miren lo que hice por Uds. – y ¿todavía me quieren
hacer sufrir?” Tras esto lo único importante es que mostremos nuestro agradecimiento
al conformarnos al orden creado que tiene su reflejo en los mandamientos – o sea, la
moral. Y ¿qué es la historia del cristianismo en nuestras tierras en los últimos siglos?
si no es la paulatina reducción del cristianismo a la moral. Y normalmente a la moral
sexual, desde que ésta puede codificarse y reducirse a actos y prohibiciones de una
manera que es mucho más difícil cuando se trata, por ejemplo, del mercado, de las
finanzas, de la violencia grupal.
Es más, el relato por defecto no tan sólo reduce la religión a la moral, sino que hace
imposible la penitencia. Pues, en el caso de alguien que permite que se salve según el
hilo conductor de este relato, su pecado, siendo parte de un paquete abstracto en el
cual estaban involucrados por medio de Adán, viene pre-empacado, y perdonado
como paquete. De forma que después sencillamente tienen que evitar el pecado,
aferrándose a lo bueno, y lo bueno es, naturalmente lo que siempre estaba bien desde
el comienzo. El problema con esto es que, por supuesto, pasa por alto el proceso de la
ruptura del corazón por el cual descubrimos por nosotros mismos como parte de
actitudes reales y ritmos de corazón y comportamiento en nuestra vida cómo es que
hemos sido involucrados de manera pecaminosa, y lo que estamos llamados a devenir.
Y significa que alguien que nos es “otro” sólo puede ser percibido como una
amenaza a nuestra bondad, a la cual ahora nos agarramos, y que es lo mismo que la
bondad original de Dios. Todo esto más bien es el punto en el cual mi bondad
demasiado pequeña puede llegar a vulnerarse por alguien que tiene acceso a mi
vulnerabilidad, así permitiendo que yo llegue a ser algo mucho mayor. El “otro” se
transforma en amenaza a ser controlado, si es posible, o tal vez sacrificado, puesto
que, por supuesto, y por poco que se nos apetece hacerlo, tenemos que mantener lo
que era justo y recto desde el comienzo. Si no, estamos negando la eficacia del
sacrificio (“Por qué hubiera venido a que me sacrificaran si no fuera el llegar a ser
“otro” lo del cual les vine a salvar”). Y esto nos coloca en la posición de un Abrahán
que de hecho sí sacrifica a Isaac: “Lo siento, pero sin más tengo que obedecer este
mandamiento monstruoso”, o un Dios Padre que pide disculpas por todo este asunto
del sacrificio, pero desafortunadamente, no hay nada que puede hacer al respecto,
puesto que hay, sin más, eso de la justicia y honra infinita y divina que tiene que
satisfacerse. No es de sorprenderse que una lectura perversa y bárbara del Aqedah se
halle tan frecuentemente no muy lejos de la superficie del relato que les expuse. Y
esto significa, por supuesto, que es el “otro” que llega a tambalearse por el mundo
como pecador, llevando en sus hombros el peso de “mi” moralidad. No es una escena
muy edificante.
5. El problema con la creación

Y así a mi quinto problema, la percepción de la creación que emerge del relato. Es por
supuesto un relato en el cual la propia creación ha llegado a ser una sub-sección de la
moral, puesto que el único lugar para la creación en la historia es como punto de
referencia para el recto comportamiento. Esto deja a la creación como algo que
aconteció “en el principio” más bien que como una relación permanentemente
contemporánea entre Dios y todo lo que es. Nos deja así a la merced de una visión
Deísta de Dios, para coincidir con la percepción de que el pecado es interesante, el
bien es aburrido, y sólo importa la moral. Al vincular la creación y la moral de esta
forma (la moral es la manera según la cual vivimos la verdad objetiva de la creación
que debíamos haber vivido durante todo el tiempo, pero que no lo hacíamos a causa
de la caída), se produce un atajo particularmente terrible: la creación se torna algo
hacia el cual se “vuelve” más bien que una aventura a la cual estamos convidados a
participar. Y lo que es peor, cae presa en una trampa la posibilidad misma de una ley
natural, ley ésta que me parece sencillamente imprescindible para cualquier
comprensión cristiana que se niega a separar nuestra creación y nuestra salvación. En
vez de la ley natural ser parte de la manera en la cual los humanos aprendemos, a lo
largo del tiempo, y de hecho colectivamente, a descubrir qué y quiénes en la verdad
somos, como parte de nuestro proceso de devenir, se hace parte de algo hacia el cual
debemos ser coaccionados como resultado de una deducción a priori desde un punto
de partida epistemológicamente imposible. Son perversiones intelectuales de este tipo
que hacen más que cualquier otra cosa para llevar al descrédito la noción misma de la
ley natural. Y al vínculo entre la versión a priori de la ley natural y cierto relato de la
redención no se le ha prestado suficiente atención. De hecho con la teoría de la
redención, se pone en grave riesgo la posibilidad de que descubramos a nuestro
Creador como nuestro Padre a lo largo del tiempo, en un proceso de descubrirnos
como creados e hijos, convidados a participar en una aventura profundamente
benevolente y que no es invención nuestra.
Pero, ¿cómo sería si de hecho, más bien que seguir el orden de la “lógica” propuesto
por el relato subyacente de la redención, según el cual viene primero la creación,
luego la caída, luego una irrupción de la salvación, fuéramos a seguir lo que me gusta
llamar el orden de “descubrimiento”? O sea, es a partir de una cierta suerte de
irrupción dentro de la historia que llegamos a percibirnos a nosotros mismos en el
proceso de recibir el perdón, el cual es nuestro acceso a participar en el proceso de ser
creados. Esto me parece una manera mucho más plausible de contar la historia del
pueblo judío, y de su extensión entre los gentiles, llegando hasta incluir a nosotros
mismos, recipientes muy al fin de la cola de algo que nos es masivamente anterior, y
para los cuales la revelación nunca viene como sencilla entrega de información sino
siempre viene recibida como proceso de descubrimiento.
6. El problema del poder

Mi sexto problema con la teoría subyacente de redención tiene que ver con algunas de
sus implicaciones con respecto al poder. Y esto está vinculado con su papel como
“teoría”. Cualquier historia que puede contarse sin que se pase pasivamente por un
proceso de ser cambiado por ella corre el riesgo de ser una historia demasiado
prepotente como para ser compatible con el Evangelio. Y se puede contar la historia
de la redención que expuse sin consecuencias de quedar cambiado: permite que
alguien tenga la razón sin tampoco llegar a ser alguien diferente. O bien, dicho de otro
modo, permite predicar y dar testimonio de la salvación sin de hecho pasar por el
proceso de ser salvado. Y ¿de qué tipo de salvación se puede predicar, y a qué tipo de
salvación se puede dar testimonio sin entrar en un proceso de transformación? Al
decir que el relato corre el riesgo de de quedar demasiado prepotente, quiero decir que
puesto que puede ser contada por los que aún no aprendieron a vivir como “sin poder”
a los ojos del mundo, pueden contarla gente “de poder”, y llega así a ser un discurso
del poder. Ahora lo que pasa con un discurso de poder es que toda clase de palabras
como “bueno” y “malo” y “pecado” y “salvación” llegan a recibir su significado
desde la perspectiva de los que detienen el poder. Pero si el Evangelio tiene algún
sentido, es que la verdadera historia contada por la víctima crucificada y resucitada y
sus seguidores, sea lo que sea, nunca puede ser un “discurso del poder” en cualquier
sentido normal, puesto que es una historia aprendida en un proceso de despojamiento,
o auto-despojamiento del poder mundano para poder recibir el poder de Uno que es
tan poderoso que tiene a bien perder ante los poderes de este mundo para enseñarnos
que nosotros tampoco tenemos por qué quedar atrapados en su juego, que también
podemos perder, para recibir algo de unas dimensiones que ningún “discurso del
poder” podría imaginar.
7. El problema con la formación grupal

El último problema con la teoría de redención que quisiera levantar hoy es su relación
a la formación grupal. Al ser una teoría que tiene razón independientemente de la
práctica, del involucramiento caritativo o litúrgico, es muy fácil que se convierta en
ídolo en el sentido de animar la formación de un grupo de los buenos alrededor de
algo considerado sagrado. Los que le adhieren son “los de dentro” y los que no son
“los de fuera”. Al adherir quedas cubierto por el sacrificio, y si no, no quedaste
cubierto. Noto aquí que lo que es verdad de protestantes evangélicos tradicionales
como individuos que hacen profesión de la doctrina “segura” de la salvación por la
sustitución penal, lo es también colectivamente para cierto estilo de católicos
tradicionales: el individuo que está “por dentro” y el grupo que es el de “los de
dentro” lo son de exactamente la misma manera. Y una parte del problema con la
existencia de los de dentro es que es dependiente de la existencia de los que son “de
fuera”. Dicho de otro modo, justo como con toda clase de sacrificio pagano, el
sacrificio funciona al ayudar a crear y a sustentar barreras grupales.
Pero es esto, por supuesto, la inversión exacta del sentido de la muerte y resurrección
de Cristo, los cuales desde el comienzo fueron percibidos como “sacrificio”
únicamente en el sentido de haber explotado para siempre el mundo de los sacrificios,
acabando con ellos para siempre. De hecho, no hay señal más clara de esto que la
forma en la cual, lejos de crear un nuevo grupo de “los de dentro”, el sentido total de la muerte y resurrección de Cristo llevó a derrumbar la más significativa de las fronteras grupales, aquélla entre los judíos y los gentiles, y luego toda otra barrera, esclavo y libre, y así por delante de forma que nos conocemos fieles al derrumbar semejantes barreras en la medida de su descubrimiento. Pues bien, he aquí mi problema. No es tan sólo el caso que la teoría estándar de esta manera nos impide participar en el recibir una nueva identidad que no está construida por contraste violento con algún otro, la identidad de los penitentes que están recibiendo su identidad desde la victima, sino que al impedirnos aprender la vulnerabilidad hacia el “otro” – quiere decir, del aprendizaje de quién es nuestro prójimo, nos deja como legado un problema especialmente agudo: representa al cristianismo de tal forma que los “judíos” serán por siempre el “otro” de fuera. Hay un anti-semitismo implícito en la teoría, y el hecho de que su período de ascendencia en el cristianismo occidental de Anselmo a fines del siglo veinte coincide con aquel glorioso tramo de la historia que corre de las cruzadas al holocausto tal vez debiera darnos qué pensar. Me parece que, sea cómo sea nuestro relato de la salvación y de la muerte de Cristo, si significa que tiene como tendencia el crear un grupo para el cual los judíos no son accidentalmente, sino necesariamente “los de fuera”, entonces es imposible que sea un relato de la salvación que Dios está obrando para nosotros por medio de Cristo. Termino por ahora con esto, porque lo que espero haber hecho es meramente el mostrar qué tan profundamente los ácidos de esta batería muerta han corroído nuestro motor. Y qué tanto trabajo tenemos por delante para desarrollar de una manera de hablar de la salvación que nos permita leer los textos del testimonio apostólico sin profundas distorsiones del plano de fondo de nuestras lentes. Hagan el intento de imaginar cómo sería leer el evangelio de San Mateo sin cualquier de las convicciones pre-formadas que nos llevan a leerlo con ojos anti-semíticos. Como si fuera, por ejemplo, un desarrollo extraordinario del judaísmo, extraordinariamente judío en su capacidad de la universalidad por medio de la auto-crítica, y al llegar a hacerse universal, también propenso a que lo secuestren grupos menos sutiles que el que le dio a luz, para que se lo lea en un contraste violento con los que nos lo dieron, pero también capaz de no ser leído de esta forma. De modo que espero haber sugerido de cuánto depende que aprendamos a navegar por las trampas de la teoría subyacente de la redención sustitutiva, qué tan empreñado es su influencia en nuestro cristianismo contemporáneo, y qué tan importante es que aprendamos a recibir una comprensión narrativa que no depende de manera alguna de la venganza. Nada que depende de la venganza puede considerarse una reconciliación. Mañana esbozaré un enfoque sobre esto que no he mirado hoy. Buscaré exponer los comienzos de una antropología del perdón, antropología ésta que entiendo como central a lo que pudiera ser una nueva historia, para ver cómo esto nos permite re-imaginar la reconciliación.

Source: http://www.jamesalison.co.uk/pdf/cas19.pdf

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